Secretaria General del CEN del PRI
Senadora de la República.
Un crimen que involucra a miembros del Ejército y que, pese a los millonarios subsidios, sigue desangrando a Pemex.
El huachicol nació en Puebla como sinónimo de mezcla adulterada, pero con los años se convirtió en uno de los crímenes más rentables: el robo de hidrocarburos. Primero fue la ordeña de ductos en Hidalgo y Puebla, con la complicidad de trabajadores de Pemex que avisaban a los delincuentes cuándo y dónde perforar.
En enero de 2019, México vivió la mayor tragedia del sexenio anterior: la explosión de Tlahuelilpan, Hidalgo. Un total de 137 personas murieron calcinadas tras acudir a una toma clandestina, alentados por la desesperación en medio del desabasto. Para Omar Fayad no fue una tragedia; para él fue la oportunidad de estrechar su relación con AMLO, al ser cómplice y no señalar la responsabilidad ni exigir justicia para la población afectada, prefirió callar y salvarse él. Hoy es embajador en Noruega, país del primer mundo.
En el sexenio pasado surgió otra modalidad: el huachicol fiscal, un contrabando de combustible con participación de aduanas, Pemex, Profeco, el SAT y empresarios. A diferencia del huachicol callejero, éste se vende en estaciones legales. El esquema es perverso: se importa diésel en autotanques o buques, se declara como lubricante para evadir impuestos, se distribuye en gasolineras que venden más de lo que compran y, al final, el SAT no audita. Nada de esto ocurre sin la venia de altos funcionarios.
López Obrador decía que “ningún negocio se hace sin el permiso del presidente en turno”. Hoy sus propias palabras lo alcanzan: la complicidad llega hasta lo más alto. No es casual la reciente detención de mandos de la Marina ligados al secretario de esa dependencia. Militarizar aduanas y puertos fue un error: la corrupción castrense ha permitido robos de combustibles y de precursores químicos para el fentanilo en Manzanillo.
A Pemex se le inyectan miles de millones del erario cada año, con la promesa de rescatarlo, pero por otra puerta lo desangran. Cada litro robado es dinero público perdido, gasolina para el crimen y una puñalada a la soberanía. Quien participa en este saqueo no es solo un delincuente, es un traidor a la patria.
La diferencia hoy es que en Seguridad Pública está Omar García Harfuch, un funcionario que no fue impuesto por López Obrador para protegerlo. Harfuch ha mostrado disposición para combatir el huachicol fiscal con decomisos y detenciones. Su presencia marca un contraste: no está en el cargo para encubrir, sino para enfrentar.
El huachicol es la metáfora de un país que subsidia con una mano y se deja robar con la otra. Si no se corta de raíz, seguirá siendo el combustible de la corrupción y del crimen. México no puede tolerar más que el saqueo se normalice. El petróleo es de todos, y su robo es la mayor afrenta a nuestra soberanía.
Senadora Carolina Viggiano Austria, Secretaria General del CEN del PRI