BARRERAS PARA EL LIDERAZGO DE LAS MUJERES

Es común escuchar voces a fi- nales de la segunda década del Siglo XXI que sostienen que si las mujeres no acceden a sitios de toma de decisiones, a sobresalir en espacios de poder, es porque no quieren, porque no están preparadas y que sólo quieren alcanzar esas metas como resultado de cuotas o por el simple hecho de ser mujeres, además, las retan a que si quieren desempeñar funciones al igual que los hombres, tienen que ganarse ese derecho con trabajo y no porque la ley así lo establezca.

Desde los privi- legios masculinos se reproducen usos y costumbres, generación tras generación, sobre los roles de las mujeres, mismos que se quieren ocultar bajo el argumento que, ahora, las mujeres pueden acceder a las universidades, a puestos gerenciales en empresas, a dirigir partidos políticos, a representar al pueblo en congresos, a ser gobernadoras o incluso a presi- dir la República, pero, además, deben “cumplir” su papel biológico y social de ser madres y cuidadoras. Sin la mínima reflexión, sentencian: “a ellas se les da por naturaleza, eso de hacer varias cosas a la vez”.

Pero cuando a esas voces se les cuestiona sobre las acciones afirmativas que las instituciones gubernamentales y la sociedad, en su conjunto, deben poner en práctica para lograr la equi- dad entre hombres y mujeres, se salen por la tangente al decir que la igualdad consiste en que debemos ser “todos co- ludos o todos rabones”, según el refrán mexicano, olvidándose que la equidad de derechos, no implica partir de pla- taformas multiniveles, sino encontrar los mecanismos, para que los grupos en condiciones de vulnerabilidad, como el de las mujeres, se les coloque en elmismo piso que el resto de la población.


Las acciones afirmativas son medidas adoptadas por Estados para fortalecer los derechos de las mujeres

La Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, en su Artículo 15 Séptimus sostieneque: “Las acciones afirmativas son las medidas especiales, específicas y de carácter temporal, a favor de personas o grupos en situación de discriminación, cuyo objetivo es corregir situaciones patentes de desigualdad en el disfrute o ejercicio de derechos y libertades, aplicables mientras subsistan dichas situaciones. Se adecuarán a la situación que quiera remediarse, deberán ser legítimas y respetar los principios de justicia y proporcionalidad…”.

Esa misma ley incluye en los ins- trumentos legales, las medidas de nivelación e inclusión, considerando las primeras como aquellas que buscan hacer efectivo el acceso de todas las personas a la igualdad real de oportu- nidades eliminando las barreras físicas, comunicacionales, normativas o de otro tipo, que obstaculizan el ejercicio de derechos y libertades prioritariamente a las mujeres y a los grupos en situación de discriminación o vulnerabilidad.

Mientras que las medidas de inclusión son, para la ley, aquellas disposiciones, de carácter preventivo o correctivo, cuyo objeto es eliminar mecanismos de exclusión o diferenciaciones desventajosas para que todas las personas gocen y ejerzan sus derechos en igualdad de trato.

Pero estas normas jurídicas, así como lo establecido en el Artículo Primero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, referente a que: “Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas”, sólo serán buenas intenciones, si como sociedad no nos percatamos que los obstáculos para que las mujeres asumamos liderazgos, los tenemos frente a las narices, pero, además, los apuntalamos día tras día con nuestros hechos, mientras que asumimos que el discurso de equidad sólo es una moda para los políticos y para esas “feministas inconformes”.

Cómo mujeres, nos basta hacer un recuento de nuestra vida, incluso antes de nacer, para identificar que otras per- sonas, la familia, la sociedad, ya habían definido nuestras acciones, comporta- mientos y formas de pensar, porque así convenía a nuestros entornos micro y macro, desde nuestra familia, las iglesias, a la moral de la sociedad en la época que nos tocó nacer, a las instituciones gubernamentales.

Cuando, por ley, se nos permitió de- cidir por nosotras mismas, al alcanzar la mayoría de edad, en el caso de México, ya teníamos 18 años de vida, periodo durante el cual se nos moldeó a imagen y semejanza de la familia, de la sociedad, de las iglesias, de las escuelas, porque sólo así le servíamos a la estructura orgánica gubernamental al servicio de entes de poder, en general al servicio del patriarcado.

En la Guía Estratégica Empoderamien- to Político de las Mujeres: Marco para una Acción Estratégica, elaborada desde la ONU Mujeres, se observan, entre los obstáculos para que las mujeres se empoderen, diferentes aspectos de la vida a los estereotipos y un prejuicio ge- neralizado en la sociedad en su conjunto de que la política y lo público es cosa de hombres, mientras que el ámbito de lo doméstico y lo privado sería el espacio natural de lo femenino.


Los estereotipos y prejuicios son los principales factores que inhiben el empoderamiento de las mujeres

A estas circunstancias, se añade la realidad cotidiana que dificulta la implicación de la mujer en actividades políticas, debido a la falta de tiempo, horarios poco adaptados a las necesidades de las mujeres dada su dedicación al cuidado de la familia; falta de apoyos familiares, del propio cónyuge y la presión social contraria a la participación de la mujer en ámbitos de representación política; en ocasiones, algunas religiones adversas a lo público y a la participación de mujeres en ese ámbito; maternidad precoz, embarazos adolescentes, con el consiguiente aban- dono de la formación y la vulnerabilidad en el empleo y la autonomía económica.

Sigamos identificando en nuestra propia trayectoria de vida de qué manera nos hemos enfrentado a esos obstáculos, ya sea desde nuestros privi- legios o condiciones de vulnerabilidad, porque el acoso, violencia y discrimi- nación que enfrentamos las mujeres en general, y en política en particular, la sociedad no los ha interiorizado de tal forma, que en muchas ocasiones se acepta que es parte de las reglas del juego y aceptamos ser víctimas de esta forma de hacer política, a pesar que el estómago, el corazón y nuestra dignidad nos revuelven la conciencia.

El mismo documento de ONU Mujeres, también hace referencia a los obstáculos relacionados con las des- igualdades del orden socioeconómico, las brechas de ingresos económicos y los distintos niveles de educación de las mujeres respecto de los hombres, con mayor énfasis en mujeres indígenas. Sin lugar a dudas, “la estructura y cul- tura machista de los partidos políticos, a menudo inaccesibles para las mujeres, sobre todo en las estructuras directivas, en todos los niveles desde lo local a lo estatal; un acceso restringido de las mu- jeres a los medios de comunicación para poder presentar ofertas políticas y obtener visibilidad a la par que los hombres, así como una presentación sexista de las mujeres por parte de los medios; menores oportunidades para acceder a redes de contactos y apoyos que se requieren para poder movilizar financiación y construir apoyos para las candidaturas; carencias en la formación para la gestión pública”.

Este diagnóstico realizado desde una agencia de la Organización de las Naciones Unidas no es novedoso para nosotras, lo percibimos desde que éramos niñas, ado- lescentes y ahora, como mujeres jóvenes o adultas, en muchos casos somos víctimas de la falta de autoestima y de asertividad. Si a alguien le queda duda del por qué las mujeres no estamos en equidad de circunstancias respecto a los hombres para asumir liderazgos de índole diversa, como la política, podemos remitirnos al Mapa de Participación Política de las Mujeres de la Unión Interparlamentaria y de la ONU Mujeres sobre la representación de hombres y mujeres en Asambleas Legislativas en las Américas, en el cual se documenta, que el 74.3 por ciento son hombres y el 25.7 por ciento, mujeres.

El estudio titulado Representación política de las mujeres en los Congresos subnacionales en México. Un modelo de evaluación, realizado por Erika García Méndez, profesora en la Facultas de Ciencias Políticas de la UNAM, com- prueba lo antes relatado, al evidenciar que como resultado de la entrada en vigor de la reforma que implementó la paridad (50-50), en 2018, sólo en seis de los 32 Congresos estatales, las mujeres superaron el 50% de las curules (Campeche, Chiapas, Ciudad de México, Zacatecas, Querétaro y el Estado de México); 13 Congresos alcanzaron cifras superiores a 40% y 10 lograron30% o más curules.

En 2014, previo a la reforma, el porcentaje más bajo de representación femenina en un Congreso local fue 8%, y en 2018 sólo tres legislaturas tuvieron curules femeninas en un rango de 20 a 30%. La tarea apenas empieza, la participación política de las mujeres no sólo requiere esfuerzos personales, sino que la sociedad desaprenda los estereotipos que nos ha asignado y de manera participativa construyamos una nueva cultura política y ciudadana.


REFERENCIA BIBLIOGRAFICA:

» Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/1_080520.pdf Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación. http://www.conapred.org.mx/userfiles/files/LFPED%283%29.pdf

Representación política de las mujeres en los Congresos subnacionales en México. Un modelo de evaluación. Erika García Méndez.

Representación política de las mujeres en los Congresos subnacionales en México. Un modelo de evaluación | García Méndez | Estudios Políticos (unam.mx)

En la Guía Estratégica Empoderamiento Político de las Mujeres: Marco para una Acción Estratégica ONU Mujeres. América Latina y el Caribe (2014-2017).

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