Cada 16 de septiembre, México revive el momento fundacional que nos dio identidad como nación: el inicio de la Guerra de Independencia en 1810. Han pasado 215 años desde aquella madrugada en Dolores, cuando Miguel Hidalgo y Costilla, acompañado de Ignacio Allende y Juan Aldama, convocaron a un pueblo cansado de abusos y desigualdades a levantarse contra el dominio colonial. Ese grito no solo marcó el principio de la emancipación polÃtica, sino también el despertar de una conciencia nacional que aún hoy nos convoca.
El movimiento independentista no fue producto del azar. Surgió del hartazgo frente a la marginación de los criollos, las restricciones económicas impuestas por la Corona y la falta de representación de amplios sectores de la población. Hidalgo, Morelos y los insurgentes supieron transformar ese malestar en una causa polÃtica y social que, a pesar de múltiples derrotas y traiciones, abrió un camino irreversible hacia la libertad.
Conviene recordar que la Independencia no se consumó en 1810, sino once años después, el 27 de septiembre de 1821, con la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México bajo el liderazgo de Vicente Guerrero y AgustÃn de Iturbide. En esa larga travesÃa, la nación naciente enfrentó divisiones internas, sacrificios humanos y represión, pero también consolidó una certeza: México podÃa gobernarse por sà mismo.
Hoy, al conmemorar 215 años de aquel inicio y 204 de su consumación, la Independencia Nacional no debe verse como un hecho distante o como un ritual vacÃo. Es, en cambio, un recordatorio de que la libertad no se hereda intacta, sino que debe renovarse y defenderse constantemente. La pregunta obligada es: ¿qué significa ser libres en pleno siglo XXI?
La independencia polÃtica, conquistada en 1821, se encuentra consolidada, pero la independencia social y económica sigue siendo una deuda pendiente.
Persisten desigualdades profundas entre regiones, entre géneros y entre sectores sociales; la inseguridad se ha vuelto un obstáculo cotidiano para ejercer derechos básicos y la corrupción aún erosiona la confianza ciudadana en las instituciones. La independencia, entonces, no es solo soberanÃa territorial, sino la capacidad de garantizar condiciones de justicia, desarrollo y dignidad para todos.
DecÃa José MarÃa Morelos en los Sentimientos de la Nación, que el fin del gobierno debÃa ser “moderar la opulencia y la indigencia”. Ese ideal sigue vigente y deberÃa guiarnos hoy. Ser libres implica que un niño en Oaxaca o en Guerrero tenga la misma oportunidad de estudiar que uno en la capital; que una mujer pueda ejercer sus derechos sin miedo a la violencia; que una familia tenga acceso real a salud, vivienda y empleo digno.
México ha logrado avances indiscutibles: instituciones democráticas, participación ciudadana, alternancia polÃtica y mayor apertura al mundo. Pero también enfrenta riesgos que amenazan esos logros: la polarización, el debilitamiento de contrapesos, la desigualdad persistente y la tentación de la concentración del poder. Honrar la Independencia significa no permitir retrocesos que conviertan la libertad en un discurso hueco.
A 215 años del inicio de la gesta insurgente, la mejor forma de conmemorarla es asumir que la independencia es un proyecto progresivo. Nos toca completar lo que Hidalgo, Morelos y Guerrero comenzaron: construir un México más justo, más igualitario y próspero. El grito de 1810 sigue resonando, no como eco del pasado, sino como un llamado al presente: el futuro de la patria está en nuestras manos, y depende de que no olvidemos que la verdadera independencia es aquella que garantiza libertad y dignidad para todos.